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“Sobrevivimos”: 25 Mujeres Puertorriqueñas Cuentan Su Historia A Un Año Del Huracán María

Hace un año, Puerto Rico enfrentó su peor huracán en las últimas décadas. El huracán María llegó a la Isla el 20 de septiembre, dejando a los habitantes del territorio americano sin energía eléctrica y medios de comunicarse de manera casi instantánea. La tormenta, cuya lluvia y vientos desolaron Puerto Rico, apenas era el comienzo.
Todos sabemos que las consecuencias del fenómeno categoría cuatro fueron mucho más devastadoras de lo que nos podríamos haber imaginado: Los puertorriqueños pasaron meses sin agua potable o electricidad, lidiando con la escasez de comida y problemas para acceder servicios médicos, luchando contra dificultades financieras y enfrentado una crisis de salud mental que llevó a un aumento de 29% en casos de suicidio en la Isla. Miles de personas se vieron forzadas a migrar fuera de Puerto Rico en busca de una mejor calidad de vida, debido a la negligencia del gobierno local y federal.
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A un año de la tormenta, muchos hogares aún tienen toldos azules en lugar de un techo. El gobierno actualizó la cifra de muertes para reflejar que al menos 2,975 personas fallecieron a causa del huracán, aunque el número podría ser mucho más alto.
Aquellos que viven en Puerto Rico te dirán que la vida en la Isla está dividida en dos capítulos: antes y después de María. Este verano, más de 50 mujeres contactaron a Refinery29 para contar sus experiencias sobreviviendo la tormenta. Entre ellas se encuentra una mujer embarazada que se vio forzada a beber agua de cocos en el suelo para poder sobrevivir, una madre de dos niños que escapó por una ventana luego que el océano comenzó a inundar su casa y una mujer que perdió cuatro familiares a causa del huracán.
Adelante, hay una selección de los escritos que recibimos. Estas son las historias de María.
Nota del editor: Algunas de estas entrevistas han sido editadas para claridad.
Angelicque Bautista, 25 años, coordinadora administrativa de Canóvanas, 40 días sin electricidad
“No nos habíamos percatado de cómo nos habíamos convertido tan confiados, tan poco preparados para sobrevivir sin el apoyo de los que nos rodean. Pasamos los días apiñados alrededor de un radio de batería sintonizado a WAPA Radio 680 para escuchar las noticias. Nuestras noches las pasamos juntos poniéndonos al día con información nueva que traían nuestros conocidos: Siete puentes se derrumbaron en el campo, las calles estaban cubiertas por aludes de lodo y ladrones estaban tratando de entrar en casas cercanas.
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Las historias de refugiados provenientes de lugares como San Isidro, Campo Rico, y Cubuy me dejaban nerviosa. Tuvimos suerte. Nuestras cisternas se cayeron del techo, se filtraba agua por las ventanas de seguridad y un vecino nos tuvo que prestar una línea de electricidad, pero tuvimos tanta suerte.”
Eimy Figueroa, 30 años, creativa visual y fotógrafa de San Juan, 38 días sin electricidad
“Pasé el huracán en un centro de rehabilitación con mi mamá. Cinco días antes de la tormenta, ella tuvo un reemplazamiento de la cadera debido a una condición de salud. Sentimos el huracán fortalecerse cuando el techo de zinc en el segundo piso del centro se cayó justo al lado de nuestra ventana. Nos movieron a otro cuarto cuando nos dimos cuenta que el agua estaba entrando por la ventana. Mi mamá no pudo recibir terapia de inmediato porque no podía comunicarse con su proveedor de salud. Cuando por fin pudimos ir a sus terapias, teníamos que llegar dos horas más temprano para poder usar el elevador. En algunas ocasiones, si llegábamos luego del mediodía, teníamos que esperar más de cuatro horas en el primer piso hasta que encendieran los elevadores nuevamente.
En los días que ella no recibía su terapia, mi padrastro y yo salíamos y decidíamos que fila haríamos ese día. Un día, él hizo una fila de ocho horas para conseguir hielo, mientras yo estuve esperando tres horas en el supermercado para conseguir agua y comida para algunos días. Esta rutina rápidamente se convirtió en nuestra normalidad. Afortunadamente, la compañía para la que trabajo nos ofreció la oportunidad de trasladarnos a Nueva York. Yo he estado trabajando desde los 16 años y la idea de no poder proveer para mi familia me llevó a aceptar la oferta con ojos cerrados.”
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Maribel Vecchini-Bird, 66 años, profesora retirada que pasó la tormenta en Luquillo, tres semanas sin electricidad
“Nací en Guayanilla pero actualmente vivo en Wisconsin. Fui a Puerto Rico a visitar y a ayudar a una de mis hermanas quien había sufrido daños en su finca en Luquillo después de Irma. No nos imaginábamos que María, entonces una onda tropical, se convertiría en la peor tormenta que azotara a Puerto Rico. Pasamos la noche sin poder dormir por los azotes del viento, los golpes en las ventanas, el agua que entraba sin tregua a la casa cuando se rompía una ventana, el temblor de las puertas y el silbido espantoso. El terror duró desde la medianoche del martes y todo el día del miércoles. Cuando salimos de la casa no podíamos creer la devastación por todos lados. Las montañas estaban desnudas y quebrantadas. Queríamos saber de todos pero primero había que hacer camino y esperar que la quebrada bajara. El radio era nuestro único medio de información. Las noticias y llamadas a la única estación eran desconsoladoras.
Tres veces nos cancelaron un viaje que saliera de la isla para poder regresar a Wisconsin. Mientras tanto seguíamos sin luz, nos bañábamos con agua fría, hacíamos filas kilométricas para gasolina, para el banco, y para cualquier lugar donde vendieran comida y agua. Tuvimos una semana sin poder comunicarnos con nuestros hijos en Wisconsin. Hemos vuelto a Puerto Rico cada dos o tres meses desde entonces. Nos sentimos comprometidos con la restauración de nuestra Isla.”
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Jarelys Aguilar, 20 años, asociada de ventas de Ponce, cuatro meses sin electricidad
Cuando el huracán María llegó tenía seis meses de embarazo. Estaba con mi familia encerrada en la casa de mi suegra, donde las ventanas estaban tapadas. No podíamos ver nada, pero escuchaba los ruidos afuera. Al día siguiente salí y fue como despertar en otro lugar. Estábamos pinchados por los árboles y postes de luz que habían tapado el camino. Mi esposo fue caminando desde el barrio Magueyes hasta Clausells para ver si mis padres de crianza estaban bien. ¡Caminó horas!
Lo peor empezó cuando la escasez de agua. Me dió la ingeniosa idea de buscar cocos por los montes donde las palmas estaban en el suelo. Imagina tomar agua de coco para sobrevivir. Además, la comida enlatada no es saludable y sin agua, ¡imagínate! Viaje a Nueva York donde di a luz el 9 de enero. Regresamos a Puerto Rico el 14 de enero, aunque estaba recién parida. El calor me llamaba. Esa noche la luz llegó.”
Yolanda Mendez Muñoz, 58 años, maestra de Aguada, dos meses sin electricidad
Pase el huracán en mi walk in closet con mis dos perritas. Fue una experiencia espeluznante. A las 4 a.m. se sentía como si los vientos trataran de arrancar las puertas. El día 26 me reporté a mi escuela a ayudar a recoger escombros. Los estudiantes regresaron el 6 de noviembre y los atendimos sin luz. Lloré muchas veces, perdí la esperanza de que todo volviera a ser igual. Pase más de dos semanas sin poder comunicarme con mis hijos.
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Necesitaría un libro para poder contar mi experiencia: Lavando a mano, buscando agua, ni mis hijos y hermanos que viven en los estados sabían de nosotros. Desolación total. Pero sobreviví. Eso es lo que importa.”
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Andrea Martínez, 31 años, artista y profesora de Bayamón, cinco meses y medio sin electricidad
“Mis vecinos perdieron sus casas. Una de ellas vivió en mi casa desde la noche del huracán hasta seis meses después. No se encontraba agua en ninguna parte e ir al río era peligroso por las epidemias. Se te iban los días en una fila. Seis y siete horas de fila para entrar al supermercado y encontrarlos vacíos. A pesar de la escasez, la gente se apoyaba. Luego de dos semanas mi familia comenzó a ‘estabilizarse’ y nos juntamos para recaudar suministros y ayudar. A veces cruzamos ríos para llegar a las casas. En todos los lugares que fuimos nos compartieron que nadie del gobierno había llegado.”
Emy Rosa, 29 años, empresaria de San Juan, cinco meses sin electricidad
“Durante el huracán María me preocupaba por mis dos niñas menores, especialmente porque una de ellas necesita cuidados médicos en un riñón. En lo laboral, como dueña de negocio y siendo este mi único ingreso, tuve la preocupación de la falta de luz para mantener mis mantecados congelados. Luego del huracán, perdí más de $1,000 en inventario, parte de mi casa estaba inundada y destruida, vi como familiares y amistades cercanas tuvieron que abandonar Puerto Rico, vi cómo negocios locales cerraban. Fueron momentos de frustración y angustia. Nos ofrecieron la oportunidad de alojarnos fuera de la Isla pero decidimos quedarnos y seguir trabajando para ayudar a la comunidad ofreciendo nuestros servicios.”
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Irene S. Castillo, 15 años, estudiante de San Juan, cuatro meses sin electricidad
“El huracán me hizo darme cuenta que era momento de alzar mi voz como presidente de mi clase y como ciudadana. El gobierno no nos quería dar un permiso para reabrir nuestra escuela, a pesar de que apenas habían daños. No había comunicación entre las autoridades y las escuelas mientras nosotros, los estudiantes, necesitábamos distraernos de la destrucción y pérdidas que habíamos experimentado. Queríamos algo que nos ayudara a normalizar nuestra situación. La educación era nuestro mecanismo de supervivencia.
Yo busqué información y fui a reuniones para averiguar qué estaba pasando y que pensaba hacer la administración de nuestra escuela. Le envié mensajes a mis compañeros de clases y planificamos una protesta en frente de la escuela. Ese día, cientos de estudiantes vinieron con pancartas y alzando sus voces. Al final de la jornada, la escuela estaba abierta nuevamente y resumimos nuestra rutina dos días después. El huracán pudo que nos haya afectado y destruido nuestro bienestar, pero también me hizo crecer como persona, enseñándome a alzar mi voz y luchar por lo que amo.”
Samara L. Nieves Báez, 19 años, estudiante de Dorado, cinco meses sin electricidad
“Mi familia vive en una casa de madera. Antes de que llegara el huracán, tuvimos que movernos a casas de otros familiares cercanos, por nuestra seguridad. Alrededor de las 4 a.m. cayó un árbol enorme encima de la casa, que destruyó el techo y por ahí entró el agua. Perdimos muchas cosas. La casa no es ni el recuerdo de lo que era antes. Pudimos volver a ella alrededor de noviembre, aún sigue sin techo. Aún vivimos con dificultades causadas por el huracán, todas relacionadas al daño de la casa. Eso sin mencionar el daño emocional que ha dejado en todos nosotros.”
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Maribel Rivera, 55 años, dueña de funeraria de Manatí, 37 días sin electricidad
“Luego del huracán, tuve que encargarme del cuido de mi papá, quien sufre demencia senil. No teníamos acceso a servicios esenciales, ni generador o cisterna. El centro geriátrico al que asiste cerró por meses. Durante el dia ibamos a la funeraria de nuestra familia. En la funeraria vivimos la crisis de difuntos de cerca. Hubo un aumento de defunciones sin funerarias operando entre Arecibo y Manatí posterior al huracán. Fue una crisis severa.”
Celey Rodríguez Miranda, 28 años, representante de ventas de San Juan, tres meses sin electricidad
“Jamás olvidaré los silbidos del viento, que sonaba como lobos. Estábamos en el piso 22 y como quiera agua entró al apartamento, inundandolo, pero logramos dirigir el agua hacia las escaleras. Durante todo eso se sentía el edificio moverse de lado a lado.
Luego del huracán, tuvimos que hacer filas por horas para todo: comida, agua, hielo, gasolina y diesel. En nuestro edificio, los elevadores funcionaban de 6 a.m. a 8 a.m. y de 7 p.m. a 9 p.m. para conservar diesel. Muchísimas veces subí los 22 pisos por las escaleras, con bolsas de hielo y provisiones.
Durante todo este tiempo, estaba embarazada y no lo sabía. Me enteré una semana luego del huracán y pude salir de la isla hacia Miami, donde vive mi hermana, para obtener cuidado obstetra allá mientras el caos en la isla mejoraba. Lo que yo y millones de puertorriqueños vivimos, no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Pero a pesar de tanto horror, lo bonito fue ver cómo todos nos convertimos en una misma comunidad.”
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Ilianis Tirado, 22 años, empleada de entrada de datos de Vega Baja, tres meses y medio sin electricidad
“Al día siguiente dirigimos a la autopista a buscar señal telefónica y observar cómo se encontraba todo. Lo que vi fue tan devastador que no pude contener el llanto. Cuando uno vive toda su vida en un lugar, ese lugar se vuelve más que tú hogar, se vuelve quién eres. Por un momento no veía esperanzas. Algunos de mis seres queridos perdieron sus casas y al día de hoy aún no encuentro las palabras correctas para decirle a alguien que lo perdió todo. Pasamos los días ayudando a los demás. En varias ocasiones fui a cocinar con los de World Central Kitchens and Chefs for Puerto Rico donde de forma voluntaria preparábamos toneladas de comidas y las distribuíamos a todos los refugios en la Isla.
Un mes después volví a comenzar el que esperaba fuese mi último semestre universitario. Estudiábamos en carpas fuera de los salones y teníamos un centro de comunicación para poder hacer todos los trabajos. Aún no se como, pero pude concluir mi semestre. Pasamos un Acción de Gracias a oscuras y las Navidades amargas. Pero al final de todo esto, puedo decir que estoy muy agradecida con la solidaridad del puertorriqueño, con nuestra sangre luchadora y nuestra siempre presente perseverancia. No puedo decir lo mismo del gobierno, ni del presidente.”
Gloria M. Colom Braña, 37 años, arquitecta y candidata doctoral de Arecibo, 15 días sin electricidad
“Cuando el huracán María nos azotó, me estaba quedando con mis suegros mientras hacía trabajo de campo relacionado a mi disertación doctoral. Los tres pasamos ese día largo y oscuro encerrados en un edificio de concreto de mediados de siglo, escuchando como cada estación de radio se iba del aire y rogando que el viento no arrancara las ventanas. Las dificultades verdaderas comenzaron cuando el viento acabó. Arecibo se encontraba sin una fuente de agua limpia en el área urbana esas primeras semanas, así que la comunicación con nuestros vecinos era crucial para sobrevivir.
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En el momento más extremo estuvimos buscando agua para llenar nuestras cantimploras en el estadio de basketball de la ciudad, atrapados en el lodazal y la oscuridad. Ayudar a otros a llenar sus tanques de agua y recibir ayuda de otros miembros de la comunidad hizo que la experiencia fuese más llevadera. Me tomó una semana comunicarme con mi mamá en Aguadilla y mi esposo que se había quedado en Indiana. Pasaron meses antes de que dejara de ver los edificios desintegrándose y parar de llorar por cosas pequeñas como tener un vaso de agua fría.”
Xiomara Luccas, 33 años, profesora de Guayanilla, 75 días sin electricidad
“Antes del huracán, procuré dejar todo lo más seguro posible en nuestro hogar. Mis hijos se quedaron con familiares mientras que mi esposo y yo nos "mudamos" a la emisora Radio Antillas de nuestro pueblo. Él labora como director técnico, así que era obligatorio que pasara la emergencia ahí. Durante y luego del huracán nunca salimos del aire, aún con agua dentro de la emisora y tratando de mantener los equipos a salvo. Las dos experiencias más impactantes fueron: Salir a reportar para la emisora justo después del río salir de su cauce y arropar el pueblo. Y ayudar a un padre desesperado en busca de hielo porque los medicamentos de su hijo necesitaban estar fríos y nadie lo ayudaba. Abrí los micrófonos y le hablé a mi gente linda de pueblo. A los cinco minutos, el estacionamiento estaba repleto de personas con hielo. Vivimos durante 75 días en la emisora. Ahí no nos faltaba nada, así que ayudamos a todas las personas que pudimos.”
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Alejandra Ruiz, 21 años, estudiante de Ponce y San Juan, tres meses sin electricidad
“Cuando abrimos la puerta de entrada por primera vez a mi abuela le dio un ataque de pánico, ya que todo estaba destruido. La casa del vecino que era de madera estaba en el piso. Todos salimos a cortar árboles y a movilizarnos. No había comunicación alguna para ver si nuestros familiares estaban bien, no había gasolina, luz ni agua. Lo más fuerte fue la correr para comerse todo lo que se pudiera en la nevera antes que se dañara. Entonces tener que depender de comida ya preparada. Gastamos gasolina en filas kilométricas. Tener un toque de queda que no te permite salir. Todavía nos estamos recuperando.”
Dellymar B. Bernal Martínez, 36 años, directora de albergue de Cabo Rojo, ocho meses sin electricidad
“Pasé el huracán María junto a los cerca de 300 animales que componían en ese momento el Santuario de Animales San Francisco de Asís. Por estar localizados cerca de un río, reubicamos a todos los animales en el segundo piso del edificio principal. A pesar de tomar todas medidas de protección jamás pensamos que el huracán venía con tanta fuerza. Su paso fueron horas de mucha angustia, frustración y desesperación ya que al no tener comunicación la incertidumbre era la que predominaba. Siempre pensé que cuando el agua de la inundación entra a los espacios hace un ruido pero no fue así. Me encontraba en el primer piso buscando periódicos para ponerle a los animales ya que por la fuerza del viento estaba todo mojado, cuando el agua del río comenzó a subir. En ese momento temí por la vida de todos. Ya eran casi las 5 p.m. y seguía oscureciendo así que no se podía ver hasta donde estaba llegando la inundación. Fue terrible. Afortunadamente la inundación no llegó hasta el segundo piso.
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Al otro día cuando mire a mi alrededor pensé que había llegado el final del Santuario. Perdimos miles de libras de comida, materiales, verjas, la oficina, áreas de juego. Estuve incomunicada por siete días pues no había acceso al Santuario. Pero logramos sobrevivir y volver a comenzar gracias al apoyo de la comunidad, voluntarios y organizaciones internacionales.”
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Keishmary Santa Hornedo, 21 años, estudiante de Barceloneta, un mes sin electricidad
"Dos días antes de que María llegara estaba en la oficina del doctor con mi mamá, quien estaba aterrada que mi lupus estaba empeorando. Nada nos pudo haber preparado para lo que vendría luego que María acabara con nosotros. Cuando abrí la puerta por primera vez y todo lo que vi fue destrucción, supe que nada iba a ser igual. La radio estaba repleta de doctores inquietos y urgiendo al público a que tuvieran cuidado. Eso llevaba a que mi mamá se preocupara más, mientras yo trataba de asegurarle que estaba bien aunque se sentía como una mentira.
Pasé las próximas semanas ansiosa sobre dónde encontraríamos comida, agua, baterías y medicina para nuestra familia. Me sentía derrotada porque no podía proteger a mis seres queridos. Finalmente, me di cuenta que para que mi condición no empeorara, tendría que dejar mi Isla, mi hogar. Nunca quise hacer eso, mi sueño era quedarme y terminar mi grado. No me quería ir, pero para poder sobrevivir tenía que dejar mi familia, amigos y hogar. Mi hermano y cuñada nos abrieron las puertas de su hogar en Ohio, estoy eternamente agradecida por los meses que pasé con ellos. Ahora estoy de regreso en Puerto Rico. Mucha gente me ha llamado loca por regresar, pero ellos no entienden que no hay nada como tu hogar. Ahora estoy felizmente en remisión por la primera vez desde que recibí mi diagnóstico hace 10 años, por la gracia de Dios.”
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Athena N. Español de la Cruz, 28 años, actualmente desempleada de Añasco, dos meses sin electricidad
“El momento del huracán estaba viviendo en Mayagüez mientras cursaba mis estudios graduados. Cuando anunciaron que el paso de María era inminente, me fui a mi casa en Añasco. Mi mamá, mi hermano, y yo pasamos las casi 24 horas que duraron los vientos juntos. Tuvimos la suerte que la casa no sufrió daños. Sólo se metió agua por la parte de atrás cuando el patio se inundó. Estuvimos sin agua como por tres semanas, y la luz nos llegó a mediados de noviembre. La catástrofe económica y social que dejó el huracán me forzó a dejar mis estudios y ahora formo parte de la diáspora desde junio.”
Diana Ríos Santos, 28 años, doula de Manatí, tres meses y medio sin electricidad
“Todos los días era la misma búsqueda: agua y comida. Recuerdo pensar en un momento, ‘¿Y si la comida se acaba en los supermercados?’ Pero no dejaba que esos pensamientos penetraran mi espíritu de optimismo. Ante las necesidades, solo agradecía que aún pudiera tener a mis hijas con vida. Nos fuimos acostumbrando a vivir en la prehistoria, bajo un marco de amor, de risas y de mucha unión. No fue hasta que contemplamos la idea de irnos, que todo empezó a pesar. El único sustento económico fijo en mi casa era el trabajo de mi esposo. Su empleo se vio trastocado y entre tanta confusión decidimos que partiríamos de la Isla. Mi esposo partió hacía Tampa, FL el 1 de diciembre.
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Yo lloraba todos los días. Pasamos las Navidades sin luz, preparándome para dejar mi casa y metida en la funeraria. Murieron cuatro familiares, todos en el hospital: Tío Gilberto el 8 de diciembre, Tío Pedro en Nochebuena, Abuela Liona el 15 de enero y Tío Danny el 20 de enero. Había mucha confusión y mucho dolor, pero sonreía ante todo y todos porque no le podía fallar a mis hijas. Partimos el 27 de enero. Cuando me reuní con mi esposo fue que pude llorar y pensar en las secuelas de María. Ahora estoy aquí viviendo en la diáspora, y por mal que parezca lo que voy a decir: deseando estar sin agua, sin luz pero con los míos.”
Daniela Victoria Arroyo González, 19 años, estudiante de Moca, cinco meses sin electricidad
“Como mujer trans, me asustaba el hecho de no poder tener acceso a mis hormonas, las cuales llevo utilizando durante años y son muy importantes para mi salud. Tuve la suerte de que estas no dejaron de estar accesibles en las farmacias y mi mamá me las pudo conseguir. Como no teníamos servicio de agua corriente, teníamos que recolectar agua de lluvia para la limpieza y para bañarnos; el agua nos causaba picor en la piel. La falta de electricidad, especialmente en la noche, me hacía sentir sola y vulnerable. Los días se volvieron más lentos, y la espera más larga, como si la realidad se estancara. Sin embargo estaba consciente de que formaba parte del grupo privilegiado. Teníamos nuestro techo, teníamos comida y agua. Estábamos vivas y unidas.”
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Daritcia Rivera, 36 años, escritora freelance de San Juan, cuatro meses sin electricidad
“Mi experiencia enfrentando ambos huracanes como madre soltera fue desalentadora. Tuve mucha suerte, ya que nuestra casa es una estructura sólida, pero no nos llegó la luz hasta finales de enero. Me mudé fuera de la casa durante diciembre y enero. No tener electricidad por tanto tiempo en un área urbana y con niños pequeños era deprimente y difícil. Ya que soy mi propia dueña, y también hago y vendo mantecados, en términos financieros la experiencia nos dejó en aprietos, algo que ya había comenzado antes de los huracanes.
Por suerte, un amigo se ha estado quedando con nosotros y fue quien se encargó de hacer las largas línes para conseguir gasolina y se hizo cargo de situaciones que yo no podía manejar. Un año después, puedo decir que todavía estamos sufriendo los efectos de María. Las muertes, el PTSD, esos primeros días sin poder reconocer mi Isla hermosa y sin saber si podríamos conseguir comida… Todavía estamos luchando.”
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Teresa Córdova Rodríguez, 28 años, traductora de San Juan, tres semanas sin electricidad
“Estuve sangrando sin cesar por un mes luego del huracán. Acostada, con dolores en mis entrañas que continúan hasta el día de hoy. No daban con lo que tenía. Me dijeron que estaba teniendo flare-ups hormonales debido a la pobre alimentación de aquellos días. No había vegetales, no había frutas. En los primeros días apenas se conseguía comida enlatada y agua embotellada. No fue hasta diciembre que me pudieron operar, luego de que en un primer intento se dañara una máquina en la sala de operaciones debido a los bajones de luz. Tenía el privilegio de tener acceso a un hospital privado en el área metropolitana que tenía generador.
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No fue hasta mayo que confirmaron un diagnóstico de endometriosis. Esto en un país en el que ya los servicios de salud eran precarios y ahora lo son aún más. El huracán no ha acabado, solo está empezando. Nos faltan 2,975 de los que no tenemos ni los nombres. Pero la rabia por sus muertes injustas nos impulsan a luchar por un país más solidario en el que las vidas de sus habitantes sea de más importancia que el lucro de sus gobernantes.”
Elisela Rivera Montañez, 38 años, técnica de récord médico de Humacao, siete meses sin electricidad.
Pasamos el huracán María en casa. Lo que no imaginamos es que el mar se iba a meter tierra adentro. En la madrugada, comenzamos a ver como el agua se iba metiendo dentro de la casa. Tuve que levantar mis tres niños que estaban dormidos para iniciar un plan de escape. Rompimos una ventana en la parte de atrás de la casa para poder salir a la intemperie y ubicarnos en una casa de segundo piso del vecino que estaba vacía. Todo esto en medio de la furia del huracán. Al terminar la tormenta y bajar, vimos que habíamos todo en la casa, incluyendo los carros.”
Alexandra Ramos, 45 años, psicóloga clínica de Dorado, 85 días sin electricidad
“Durante el huracán, nuestro hogar se vio impactado por una inundación repentina. Mi esposo y yo tomamos la decisión de pasar la tormenta en el techo de la casa porque temíamos ahogarnos. Pasamos cinco horas debajo de una repisa de dos pies con nuestra hija de 15 años Sophia, nuestro hijo de 10 años Diego, el perro y el conejo, abrigándonos con sábanas de picnic. Como teníamos tanto frío y estábamos tan mojados, pasar la noche en el techo no era una opción. Bajamos usando una escalera y comenzamos a movernos mientras el agua nos llegaba a la cintura, escalando las verjas de nuestros vecinos hasta que llegamos a la casa de mi hermana, que está en terreno más alto.
Cuando regresamos a nuestro hogar, habían guineos, cocos, peces muertos, sapos y hasta una goma de carro. Habían peces y tortugas en nuestra piscina. Perdimos el 90% de nuestros muebles. Nuestra casa estuvo inhabitable por un mes, pero estamos agradecidos que nuestra familia estuvo a salvo. Nuestra comunidad nos proveyó mucha ayuda y apoyo. Nos rompió el corazón estar sin luz por tanto tiempo, las dificultades encontrando comida y gasolina, la incertidumbre porque no sabíamos cuándo podríamos regresar a cierta estabilidad y la devastación que nos rodeaba. Pero los puertorriqueños son increíblemente fuerte y eso fue lo que vimos. La tormenta nos enseñó lo mejor de la gente. La multitud de actos de bondad nos ayudó a pasar los días difíciles.”
Ivy Méndez, 52 años, maestra de Las Piedras, dos meses sin electricidad
“El huracán María partió mi Islita. Nos partió el alma, y también la vida. Desde la mañana siguiente, vivimos una pesadilla. Tuve que ir con mis padres al hospital; papi se cayó en el baño mientras sacaba agua, y mami tenía una celulitis en su pierna. El hospital estaba lleno de gente. Nos tocó ver casi una decena de dedos amputados de gente golpeada por sus puertas, entre otros. En los días posteriores, vivimos filas eternas buscando gasolina y provisiones.
Lo más doloroso para mí fue que mis dos hijas decidieran junto con sus esposos irse de Puerto Rico tras los efectos de este huracán. Ellos están bien, a Dios gracias. Ha sido muy difícil la recuperación de la Isla, de cada uno de nosotros, luego de María. Creo que no hay un día que no escuche mencionarla. Pero aquí estamos, de pie.”

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