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El estudio de hambruna que cambió el mundo

En noviembre del 1944, 36 hombres se presentaron a la Universidad de Minnesota para ser voluntarios en un estudio de 13 meses bajo la dirección del investigador científico Ancel Keys. Lo que hoy se conoce como el Experimento de Hambruna de Minnesota ha sido citado por años como el estudio más importante acerca de los efectos físicos, mentales y sociales de la restricción de alimentos. Cualquier persona familiar con los desórdenes alimenticios sabe que los rasgos distintivos son el rápido deterioro, los cambios extraños e alarmantes en el comportamiento y los efectos a largo plazo de la "semi-inanición." Lo que no se discute con la misma frecuencia, al pesar de ser igual de evidente, son las implicaciones de estudio sobre lo que consideramos una dieta común. Los sujetos del Experimento de Hambruna de Minnesota no llegaron al borde de la muerte por hambruna — sino fueron alimentados con aproximadamente 1,600 calorías al día. Jenny Craig, de hecho, sugiere planes de comida de tan bajos como 1,200 calorías. A medida que nos acercamos a la temporada de dietas y "cuerpos de bikini," una historia como esta se vuelve aún más desgarradora, especialmente cuando discutimos el fenómeno cultural que es el conteo de calorías. Durante este experimento, no había ninguna fuente subyacente o motivación específica para la privación. La privación en sí llevó a estos hombres al "umbral de la locura".
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A la Segunda Guerra Mundial llegar a su fin, los EE.UU. fueron inundados por los relatos propagados por los medios de comunicación de refugiados y poblaciones enteras que morían de hambre en los países extranjeros asolados por la guerra. Ancel Keys, uno de los investigadores en nutrición más influyentes de la historia, concibió un estudio para informar a los trabajadores humanitarios. Sus resultados iniciales fueron publicados por primera vez en Los hombres y el hambre: Un manual de psicología para los trabajadores humanitarios.. En vez de enfocarse solamente en los requisitos nutricionales al volver a alimentar una persona hambrienta, Keys quería ofrecer una perspectiva más amplia acerca cómo la inanición (o en este caso, la "semi-inanición") altera "los cambios en motivación, seguido por las consecuencias que estos cambios físicos tienen sobre el comportamiento del sujeto, y por último los cambios emocionales, intelectuales y sociales que impactan la personalidad.” Los sujetos de este estudio eran voluntarios, todos objetores de conciencia que querían ayudar al esfuerzo de guerra. "Nuestros amigos y colegas en otros lugares estaban poniendo sus vidas en peligro," Samuel Legg, sujeto N° 20, dijo 60 años más tarde en una entrevista. "[Nosotros] queríamos hacer lo mismo." De los cientos de individuales que se presentaron en Minnesota, 36 fueron considerados lo suficientemente sanos, físicamente y mentalmente, para participar. Tenían asignaciones básicas de trabajo cada día, estaban requeridos a caminar 22 millas a la semana y a llevar un diario. Pero fuera de la hora de comer, no impusieron restricciones sobre su vida social. El experimento comenzó con un período de control de 12 semanas, durante las cuales los hombres ingerían aproximadamente 3,200 calorías al día. (Las raciones que cada sujeto recibía variaron a lo largo del experimento, de acuerdo con factores metabólicos individuales.) Al final de esta fase inicial, las calorías díarias se redujeron por aproximadamente 50% al comenzar el período de semi-inanición que duraría seis meses. "MIMABAN [LA COMIDA] COMO LOS BEBÉS O LA TRATABAN Y CUIDABAN COMO SI FUERA ORO. JUGABAN CON [LA COMIDA] COMO NIÑOS HACIENDO PASTELES DE LODO." Instantáneamente, los sujetos reportaron una disminución en energía física y en motivación personal. Keys y sus colegas observaron entre los hombres una apatía abrumadora, interrumpida por períodos paradójicos de irritabilidad irracional. "Hacer la fila en la cocina de dieta, antes de ser servidos, era una fuente la conducta explosiva," escriben en El hombre y el hambre. Frecuentemente los sujetos se enfrentaban entre sí cuando se sentaban a comer en la mesa, irritados por las voces de otros y por los hábitos alimenticios cada vez más extraños que muchos desarrollaron. "Mimaban [la comida] como los bebés, o la trataban y cuidaban como si fuera oro. Jugaban con [la comida] como niños haciendo pasteles de lodo," escribió un sujeto. A medida que pasaban los meses, la alimentación se convirtió en un proceso aún más ritualizado y a veces hasta grotesco. Lamer los platos se convirtió en práctica corriente, en cuanto los hombres buscaban maneras de extender la hora de comer y/o sentirse más llenos. Diluían las papas con agua, mantenían comida en boca por tiempo extendido sin tragar, o laboraban sobre la combinación de la comida en el plato, "creando brebajes extraños y de apariencia desagradable," informaron los investigadores.
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La comida se convirtió en la única fuente de fascinación y motivación entre los sujetos. Muchos empezaron a recopilar recetas obsesivamente ("Me quedé despierto anoche hasta las 5 a.m. estudiando libros de cocina," escribió uno.) Se distraían soñando de alimentos constantemente. Algunos sublimaban sus antojos mediante la compra o el robo de comida; un hombre comenzó a robar tazas de café de la cafetería. Tragaban el agua, buscando llenarse. Algunos empezaron a fumar para evitar el hambre, mientras otros masticaban hasta 30 paquetes de chicles al día hasta que el laboratorio lo prohibió. Mientras tanto, todos los demás elementos de la vida parecían convertirse en sombra. Una y otra vez, los investigadores reportaron la indiferencia y el aburrimiento de los sujetos en cuanto al desarrollo personal y socialización básica. "Romances en ciernes colapsaron," al evaporarse el deseo sexual. Los sujetos encontraban la conversación difícil y sin punto cuando iban a una fiesta. Todos preferían un viaje en solitario al cine; los investigadores añadieron que, aunque los sujetos podían reconocer la comedia, nunca se sentían obligados a reír. "En una tienda, se dejaban empujar fácilmente por la multitud al hacer compras," informó el equipo de investigación. "Su reacción habitual era la resignación.” A VECES, ESTE EMBOTAMIENTO EXTENDIDO DABA PASO A MOMENTOS DE EUFORIA INEXPLICABLE, SEGUIDOS POR UN DESPLOME EMOCIONAL. A veces, este embotamiento extendido daba paso a momentos de euforia inexplicable, seguidos por un desplome emocional. Un sujeto fue eliminado de la investigación antes que el proyecto se acabara porque buscar comida a escondidas en la ciudad (lo cual no estaba autorizado). Después de hacerlo, se sintió tan exhilirado que se detuvo en 17 tiendas de refrescos de camino a su casa. "Bromeó con las chicas trabajando en las tiendas, pensó que las luces brillaban más bellas que nunca, y sintió que el mundo era un lugar muy feliz," informaron los investigadores. "Esto se degeneró en un periodo de pesimismo extremo y de remordimiento; sentía que no tenía nada por qué vivir, que había fracasado estrepitosamente en mantener su compromiso de seguir con el racionamiento de alimentos". Al fin terminó la fase de semi-inanición y comenzó el periodo de 20 semanas de rehabilitación. Fue durante esta etapa que surgió el hallazgo más sorprendente del experimento: Aunque su recuperación física progresaba lentamente, el estado mental de los sujetos parecía seguir disminuyendo. Continuaban a lamer los platos, la irritabilidad se convirtió en agresividad, los cambios de humor aún más severos. Mientras cortaba leña un día, Samuel Legg, uno de los hombres participando en el estudio, dirigió el hacha a su mano, amputando tres dedos. "Admito haber estado muy loco en ese momento," explicó Legg más tarde. "No estoy listo para decir que lo hice a propósito. Tampoco estoy listo para decir que no lo hice a propósito".
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Al alivio de todos, los estados de ánimo el comportamiento social de los sujetos se estabilizaron después de tres meses. Pero todos los participantes estuvieron de acuerdo en que no estaban "de vuelta a la normalidad" al comer. Muchos se alimentaban "más o menos de forma continua." Un subgrupo continuó comiendo en exceso hasta el punto de enfermarse, incluso ocho meses después del fin del experimento. Al menos un hombre fue hospitalizado por varios días después de un lavado de estómago. "El hambre difiere radicalmente de los deliciosos matices del apetito," los investigadores relataron en Los hombres y el hambre. La semi-hambruna había cambiado a estos hombres temporalmente de muchas maneras, pero lo que parecía persistir mucho después fue la incapacidad de distinguir entre el tormento constante del hambre y el apetito normal. El apetito es una pregunta que debe responderse con comida. El hambre es una necesidad, una oquedad persistente que pide satisfacción por cualquier medio necesario. "Eran hombres que posponían su vida, mientras soportaban un presente terrible," Keys y sus compañeros escribieron en Los hombres y el hambre. Muchos sujetos continuaron a trabajar en servicio público o humanitario después que concluyó el experimento de Inanición de Minnesota. Cuando se les pidió reflexionar sobre su participación en él, los sujetos lo vieron como un sacrificio por el bien mayor — algo digno que debían hacer. Proveyeron información muy valiosa para el tratamiento de las poblaciones hambrientas. Es poco probable que Keys haya pensando en individuales que siguen dietas especialmente estrictas y en comedores desordenados mientras conducía este proyecto; sin embargo, su investigación ofreció una idea sobre estas personas con "semi-inanición" también.
"Estábamos pasando hambre en las mejores condiciones médicas posibles. Y, sobre todo, sabíamos exactamente cuándo nuestra tortura se iba a terminar," dijo Legg, muy consciente de que millones otros no tenían tal consuelo. Pero su cuerpo no sabía, nuestros instintos de supervivencia no saben la diferencia entre una limpieza de 30 días y una hambruna. Los atracones, la fijación, la retención permanente de la ansiedad a los alimentos — todos estos síntomas son familiares a cualquier persona que haya pasado por una restricción de alimentos, voluntariamente o no. Todo esto bajo consideración, tal vez la correlación más escalofriante de este experimento fue el aplazamiento de la vida. ¿Cuántas veces hemos pospuesto algo hasta que perdamos peso? Esa inercia familiar es obvia. Pero lo que este estudio indica es que quizás no es simplemente nuestro deseo de tener un cuerpo más delgado que nos aguanta de comenzar a salir, hacer ese viaje, o perseguir una meta de carrera. También puede ser el hambre que nos mantiene en casa, solos y esperando. El Proyecto Antidieta es una serie en curso sobre la alimentación intuitiva, la aptitud sostenible y la positividad del cuerpo. Puedes seguir el viaje de Kelsey en Twitter e Instagram en @mskelseymiller, o justo aquí en Facebook. ¿Tienes curiosidad sobre cómo empezó? Échale un vistazo a la columna completa, justo aquí.

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