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Jordan Younger ha seguido El Proyecto Antidieta hace mucho tiempo. Es una blogger con su propia trayectoria fascinante. Ocupó los titulares el año pasado al revelar algo profundamente personal sobre un cambio de salud y de si estilo de vida. Esta semana ha ofrecido generosamente compartir su historia con nosotros. - KM Volverme vegana parecía ser la respuesta a todos mis problemas. Adopté la dieta en mi último semestre de universidad, con la esperanza de encontrar un remedio a los problemas de indigestión con los cuales había lidiado toda la vida. Increíblemente, parecía funcionar. Comer sólo alimentos de origen vegetal alivió las molestias a las que me había acostumbrado. De repente, sentí ligereza en mi estómago. Fue increíble. El veganismo me dio una sensación de control completo y de bienestar físico. Sin embargo, había provocado un problema aún más profundo — un problema que ni sabía que existía. Después que me gradué de universidad, mi dedicación a una dieta basada en vegetales se había convertido en una obsesión. Había abierto una cuenta de Instagram, @theblondevegan, en donde mantenía una crónica de mis aventuras veganas. Publicaba fotos de ensaladas coloridas y brillantes, y de tarros de cristal rellenos de vegetales mezclados. Me sentía orgullosa al compartir mi estilo de vida y encontré que existía un hambre enorme de conocimiento en la comunidad digital acerca de la comida vegana. Después vino el blog, donde compartía recetas y charlaba con un público cada vez más grande. No podía creer que a la gente le interesaba aprender acerca de mi estilo de vida, y mi propia pasión era tan grande que me sentía feliz al sentarme delante de la computadora todo el día contestando mensajes y guiando a las personas hacia una vida basada en plantas. Entonces, me mudé a Nueva York para empezar un programa graduado en escritura creativa. Pero, tan pronto llegué, solo tenía una cosa en mi mente: el veganismo. De repente, compañías de jugo me ofrecían una limpieza a cambio de reseñas en mi blog; después de seis meses de pagar un ojo por esos mismos programas de limpieza, no había manera de que les dijera que no. Empecé a hacerme limpiezas tres días a la semana, casi todas las semanas — y a veces más. Sin embargo, algo había cambiado: Cada vez que reintroducía alimentos sólidos a mi dieta después de una limpieza, mis problemas de estómago regresaban — a pesar de que toda mi comida era estrictamente a base de plantas. Aunque me aterrorizaba, no estaba dispuesta a admitir que el veganismo no era la panacea que imaginaba. En vez, evitaba los alimentos sólidos más y más a menudo hasta que me daba tanta ansiedad al comer que me sentía como un montón de ruinas ambulante. Trataba de ocultar mis miedos alimenticios cuando salía con otras personas, y el veganismo era la excusa perfecta. En lugar de admitir mi fobia de la comida, podía decir que simplemente era demasiado difícil encontrar opciones como vegana. Mientras tanto, el ciclo continuaba: Hacía una limpieza, me daba demasiada hambre, me derrumbaba y comía alimentos sólidos, me sentía terriblemente culpable y volvía de nuevo a hacer otra limpieza (usualmente más larga.) Con mi familia lejos de mí y mi entidad como La Rubia Vegana creciendo, pude mantener esta farsa por mucho más tiempo de lo debido.
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Pero, al llegar la primavera del 2014, ya no había forma de ocultarlo. No era la imagen de salud que parecía ser. No podía dormir porque tenía ansiedad acerca de lo que iba a comer al día siguiente y cuáles alimentos tendría que evitar. Mi pelo estaba adelgazando, mi piel era un desastre (y estaba anaranjada por el exceso de beta-caroteno), y mi cara parecía demacrada. Me veía y me sentía como una sombra de mi antiguo ser. La verdadera sorpresa vino cuando dejé de menstruar. Primero me decía a mí misma que estos efectos no tenían nada que ver con mi dieta, pero a medida que los meses pasaban sin cambio tangible, me empecé a preocupar. Originalmente había adoptado un estilo de vida vegano para ser la versión más saludable de mí misma, pero este régimen estaba causando estragos a mi cuerpo — y lo sabía. Después de una conversación on una amiga acerca de su desorden alimentaria, finalmente me di cuenta de que eso era de lo que estaba padeciendo.
Accepté que tenía un problema, pero no sabía cómo llamarlo. No caía en las categorías tradicionales de anorexia o bulimia. Lo mío era una obsesión con alimentos puros y sanos, que venían directamente de la tierra, y un miedo de cualquier cosa que pudiera causar daño a mi cuerpo. Resulta que sí existe un nombre para este desorden: ortorexia.
La ortorexia es una condición poco conocida. Actualmente no es reconocido por el DSM-5 como un diagnóstico clínico, pero muchos sufren los síntomas: una fijación con la pureza y un temor de los alimentos que podrían fracasar esa "perfección." Aquellos con una tendencia hacia los extremos en otras áreas (como yo lo soy) son más susceptibles a desarrollarlo, especialmente una vez empiezen a dejar grupos enteros de alimentos fuera de la dieta. Sabía que necesitaba ayuda profesional, así que empecé a trabajar con una nutricionista y un terapeuta para tratar los aspectos físicos y emocionales de la ortorexia. Durante mi recuperación, aprendí que esa "fuerza de voluntad sobrehumana" que ejercí durante tanto tiempo es una señal típica de advertencia en personas que sufren desórdenes alimentarias. Estaba tratando de controlar mi vida a través de la comida, y me creía digna y poderosa porque trataba a mi cuerpo como un templo (para mí, eso quería decir comer nada más plantas). Una vez empecé a dejar hacia el lado una adicción a la vacuidad y a la pureza, empecé a vivir de nuevo. He progresado, poco a poco, a recuperar mi vida. Abandoné la etiqueta de vegana poco después de que acepté la realidad de mi condición, y fue una de las mejores cosas que pude haber hecho por mi misma. Ahora, vivo libre de etiquetas — y en eso encuentro más poder de lo que encontraba en mi fanatismo de las plantas. En lugar de pensar en comida al despertar, me levanto pensando en la vida. Lleno mi día con gente estupenda y pasiones personales — como mi blog, que ahora se trata de mantener equilibrio. Claro, aún hay días durante los cuales tengo dificultades en torno a la alimentación. Muchos. Pero todavía estoy aprendiendo, y estoy orgullosa de eso. Trato de escuchar a mi cuerpo, ser amable conmigo misma y perdonar. Como cuando tengo hambre, y no como cuando no tengo hambre. Si me dan ganas de comer verduras, las como. Si tengo antojo de conducir 10 millas para comer el mejor cupcake de la ciudad, puedes apostar que lo voy a hacer. He encontrado con mucha libertad en mi misma al llevar una vida equilibrada. Y, bueno, por primera vez en tres años, tengo el azúcar en la sangre estable y no le tengo miedo a un pedazo de pastel (¡lleno de harina blanca!) en las fiestas de cumpleaños. Vamos, en mi propio cumpleaños. He recorrido un largo camino, y eso es una victoria en sí misma. Este artículo fue publicado originalmente el 11 de mayo de 2015.

Para leer más sobre la historia de Jordan, echa un vistazo a su nuevo libro, Rompiendo con el Veganismo, disponible para pedido anticipado en este momento. Y asegúrate de revisar su hermoso blog e Instagram, La Rubia Balanceada. El Proyecto Antidieta es una serie en curso sobre la alimentación intuitiva, la aptitud racional, y la positividad del cuerpo. Puedes seguir mi viaje en Twitter e Instagram en @mskelseymiller o #AntiDietProject (¡etiqueta tus propios momentos antidietéticos también!). ¿Tienes alguna pregunta o tu propia historia antidieta para contar? Envíame un mensaje de correo electrónico a kelsey.miller@refinery29.com.

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